Por Juan Ángel Cabaleiro
Para LA GACETA - TUCUMÁN
Hace 2.500 años el griego Temístocles, ante un ejército de hoplitas, proclamó la idea insólita de construir una gran flota, de que el mar adentro era una superficie idónea para matarse en las guerras, y facilitó con ello una revolución impensada en occidente: la derrota del monstruoso imperio persa, el dominio inmediato de Atenas sobre el Egeo y la fértil inoculación de sus principios en la posteridad. Este cambio brutal en el paradigma bélico de la tierra al mar― echó a rodar un mundo nuevo a partir de entonces.
Quienes tienen «visión política» se adelantan al futuro y lo determinan, intuyen oportunidades mucho antes de que se hagan evidentes, y son capaces de congregar a toda una sociedad para avanzar hacia ellas. La humanidad ha conocido innumerables casos de grandes o medianos visionarios, no solo de la estrategia política o militar, sino también en la industria y la cultura. Mediado el siglo XX, cuando en el mundo todavía imperaba un modelo de producción basado en la durabilidad de las cosas y la nobleza de los materiales (los relojes suizos, los motores alemanes, los aparatos ingleses o franceses… un mundo de objetos pensados para varias generaciones), comenzó a imponerse la visión opuesta: alguien en Japón, y luego en los países del sudeste asiático, pensó que producir baratijas de corta duración, chirimbolos tecnológicos de corta vida, e inundar el mercado mundial con ellos iba a ser el negocio del futuro. Se impuso el reino de lo efímero, de lo intencionadamente caduco y con él, no solo un cambio en la industria y el comercio mundiales, sino en la cultura y en la sociedad contemporánea, en la forma de ver y valorar las cosas.
Hay un ejemplo interesante y muy conocido también en el mundo de las letras. En la década del 60, la editora catalana Carmen Balcells convocó a un conjunto de escritores latinoamericanos de escaso reconocimiento y les demostró a ellos mismos y al mundo que eran extraordinarios y que su obra, tan inmersa en las realidades propias, despertaría un interés universal. Sus pronósticos se cumplieron. Creó así el «boom» literario que hasta hoy prolifera en influencia cultural y ventas millonarias.
Los visionarios son el motor de una sociedad, su mayor potencial, por encima del territorio o las riquezas naturales. Un país rico como el nuestro quedaría impotente ante el futuro sin visionarios, o con ellos emigrando, o entrampados en la burocracia del poder. Por eso es importante que salgan a la luz y se los reconozca; y por eso también resulta un riesgo no menor para nuestra cultura democrática y nuestro bolsillo que los ciudadanos confundamos «visión política» con su opuesto: la habilidad para hacer trampa, el descaro para mentir o negar lo evidente, la falta de escrúpulos al rapiñar una ventaja, una elección o un dinero. Ese cortoplacismo mañero y eficaz, congénito en tantos dirigentes, antes que agudeza es una forma acentuada de miopía política. Pero la eficacia que conlleva tristemente los encumbra, concita adulaciones y amenaza convertirse en ejemplo.
Porque a veces pueden sorprender y hasta maravillar las ingeniosas trampas de la política, pero no debemos confundir los tantos. La auténtica «visión política» implica habilidad e inteligencia, pero también generosidad y grandeza de miras. Lo contrario, la miopía de los que solo ven el rédito inmediato, supone mezquindad y una astucia muchas veces temeraria, la abyección de la vanidad y el oneroso patetismo de especulaciones y maniobras.
A los argentinos nos vendría muy bien un puñado de estos líderes políticos o sociales, también culturales o deportivos,― con auténtica visión de futuro, capaces de dar vuelta la tortilla, de intuir el Gran Negocio Nacional que nos convoque a todos, con lo mejor y lo peor que tenemos, y nos libre de mañas y de estigmas. Pero nos vendría todavía mejor una sociedad alerta que los reconozca y que no se deje embaucar por tramposos y trileros; una sociedad con la mirada puesta en el horizonte y capaz de discernir los nubarrones. Porque ese cielo azul que a veces vemos, ni es cielo, ni es azul, si nos quieren camuflar tanta vileza.
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Juan Ángel Cabaleiro - Escritor.